Comentario
De la hambre y necesidad, que padeció toda la armada
Sabido por don Pedro el suceso y desbarato con la muerte de su hermano y de los demás que fueron en su campaña, recibió tan gran sentimiento, que estuvo a pique de perder la vida; y más con un acaecimiento y desastre de haber hallado muerto en su cama al capitán Medrano de cuatro o cinco puñaladas, sin que se pudiera saber quien lo hubiese verificado, aunque se hicieron grandes diligencias, prendiendo muchos parientes y amigos de Juan de Osorio, con los cuales sucesos, y la hambre que sobrevino, estaba la gente muy triste y desconsolada, llegando a tanto extremo la falta de comida, que había día que sólo se daba de ración seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada, que lo uno y lo otro causó tan gran pestilencia, que corrompidos morían muchos de ellos, para cuyo remedio determinó don Pedro mandar al capitán Gonzalo de Mendoza con una nao a la costa del Brasil en busca de algunos víveres; y salido al efecto hizo su jornada; y por otra parte despachó doscientos hombres con Juan de Ayolas, a que descubriesen lo que había el río arriba, nombrándole por su teniente general, el cual salió en dos bergantines y una barca, llevando en su compañía al capitán Alvarado, y a otros caballeros, con orden de que dentro de cuarenta días le viniesen a dar cuenta de lo que descubriesen, para que conforme a su relación ordenase lo más conveniente; y pasados algunos días estuvo don Pedro cuidadoso de saber lo sucedido. Vencido ya el término de los cuarenta días, y harto más, le causó notable pena, y mucho más viendo que cada día la pestilencia iba creciendo con la hambre y la necesidad, de tal manera que determinó irse al Brasil, llevándose consigo la mitad de la gente que allí tenía, a proveerse de bastimentos, y con ellos volver a proseguir su conquista, aunque a la verdad su intento no era éste sino de irse a Castilla, y dejar la tierra; para lo cual con gran priesa hizo aparejar los navíos que había de llevar, y embarcada la gente necesaria para el viaje, aquella misma noche llegó Juan de Ayolas, antes de él partirse, haciendo grande salva de artillería con gran júbilo por haber hallado cantidad de comida, y muchos indios amigos que dejaba de paz, llamados Timbúes y Caracaraes en el fuerte de Corpus Christi, donde dejó al capitán Alvarado con cien soldados en su compañía.
Con este socorro y la buena nueva que de la tierra tuvo, mudó de parecer don Pedro, y determinó ir en persona a verla, llevando en su compañía la mayor parte de su gente con algunos caballeros, dejando por su lugar teniente en Buenos Aires, al capitán Francisco Ruiz Galán, y en su compañía a don Nuño de Silva, y por capitán de los navíos a Simón Jacques de Ramúa. Tardó don Pedro en el viaje muchos días por causa de la gran flaqueza de la gente, que se le moría por momentos, tanto que ya le faltaba cerca de la mitad, y llegando donde esta Alvarado, halló habérsele muerto la mitad de la gente, no pudiendo arriba de la gran flaqueza y hambre pasada, y la que de presente tenían; con todo determinó de hacer allí asiento, en vista de la buena comodidad del sitio, mandando construir una casa para su morada, y recibiendo gran consuelo en la comunicación y amistad de los naturales, de quienes se informó de lo que había en la tierra, y como a la parte del sudoeste residían ciertos indios vestidos, que tenían muchas ovejas de la tierra, y que contrataban con otras naciones muy ricas de plata y oro, y que habían de pasar por ciertos pueblos de indios que viven debajo de tierra, que llamaban Comechingones, que son los de las Cuevas, que hoy día están repartidos a los vecinos de la ciudad de Córdoba. Con esta relación se ofrecieron dos soldados a don Pedro de Mendoza de ir a ver y descubrir aquella tierra y traer razón de ella; el cual, deseando satisfacerse, condescendió con su petición, y salidos al efecto nunca más volvieron, ni se supo que se hicieron; aunque algunos han dicho, que atravesando la tierra, y cortando la cordillera general, salieron al Perú, y se fueron a Castilla.
En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras, y las carnes podridas que hallaban en los campos, de tal manera, que los excrementos de los unos comían los otros, viniendo a tanto extremo de hambre como en tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalén: comieron carne humana; así le sucedió a esta mísera gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarle más de los huesos, y tal vez hubo hermano que sacó la asadura y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ella. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad fue constreñida a salirse del real, e irse a los indios, para poder sustentar la vida; y tomando la costa arriba, llegó cerca de la Punta Gorda en el monte grande, y por ser ya tarde, busco adonde albergarse, y topando con una cueva que hacía la barranca de la misma costa, entró en ella, y repentinamente topó con una fiera leona que estaba en doloroso parto, que vista por la afligida mujer quedó ésta muerta y desmayada, y volviendo en sí, se tendía a sus pies con humildad. La leona que vio la presa, acometió a hacerla pedazos; pero usando de su real naturaleza, se apiadó de ella, y desechando la ferocidad y furia con qué le había acometido, con muestras halagüeñas llegó así a la que ya hacía poco caso de su vida, y ella, cobrando algún aliento, la ayudó en el parto en que actualmente estaba, y venido a luz parió dos leoncillos; en cuya compañía estuvo algunos días sustentada de la leona con la carne que traía de los animales; con que quedó bien agradecida del hospedaje, por el oficio de comadre que usó; y acaeció que un día corriendo los indios aquella costa, toparon con ella una mañana al tiempo que salía a la playa a satisfacer la sed en el río donde la sorprendieron y llevaron a su pueblo, tomándola uno de ellos por mujer, de cuyo suceso y demás que pasó, haré relación adelante.